"El último tren al cielo"
(By: Princesa Loca)

miércoles, 16 de junio de 2010

II. (Cont.) Eduardo.

Eran casi las 4 y media cuando decidimos abandonar el parque para caminar un rato. El tiempo al lado de un gran especialista de los chistes, y las historias divertidas de mi ex pelirroja se pasaba volando. A unos diez metros dos chicas se acercaban caminando. Marilyn frunció el ceño y murmuró algo. Miró al suelo.

-¡Pero bueno...! Mira a quién tenemos aquí...-dijo la más alta de las dos.

-¿Podéis continuar vuestro camino, por favor? Gracias...-dijo Marilyn evadiéndolas. Se disponía a caminar pero una de ellas le frenó con los brazos.

-Claro que no. Hemos parado a saludarte, ¿a caso no tienes educación para devolver el saludo?

-Hola Cassandra. Hola Jennifer. ¿Os sirve así? Creo que no tengo nada más que hablar con vosotras, así que...

-No me digas...Pues nosotras sí que tenemos que hablar. Y precisamente con alguien aquí presente. -todas dirigieron la mirada a Matías, que empezaba a sentirse incómodo.

-Matí, cariño...¿puedes acompañarnos un momentito?

-¡No va a ir a ningún sitio!-gritó Marilyn enfurecida.-Y menos con vosotras.

-Oh...¿no nos piensas dejar a tu noviecito un minuto?-se burlaron.

-¿Noviecito? ¿Pero qué dicen estas...sabandijas?-preguntó Matías con cara de incógnita.-Si venís con el típico cuento de niñas despechadas de "¡Mati, Mati! ¡Le gustas a Marilyn!" o..."¡A Marilyn le gusta Matías...! podéis...

-Iros. -continué yo.- Sí, marcháos, porque como bien decís, Marilyn y Matías son novios, y no necesitan que dos niñatas se metan por medio, ¿entendido? -dije de carrerilla sin pensar qué estaba diciendo ni por qué.

Las muchachas se miraron asustadas la una a la otra, y sin saber qué decir continuaron su camino.

-Pero...-intentó explicarse Marilyn.

-Ya hablaremos tú y yo...-dije mirándola de reojo.

Tras el pequeño incidente que nos dejó a todos mudos por el desconcierto, acompañamos a Matías a su casa y Marilyn me acompañó a la mía en silencio, como suponía.

-Iba a decírtelo pero...-se disculpó Marilyn.

-¿Te gusta Matías y no me lo cuentas? En serio, eres de lo que no hay...

-¡Me da vergüenza! ¿Vale? Y tú sabes mejor que nadie que no hablo de esas cosas así como así...

-¿Que pretendías? ¿Que yo te preguntase? Sabes que yo tampoco hago ese tipo de preguntas. Y menos cuando ni siquiera me imagino las cosas. ¡Es asombroso...!

-Pero...

-Asombroso, realmente asombroso. Y...perfecto.-dije cerrando la puerta con una sonrisa ante su nariz.

Lo último que vi antes de cerrar la puerta fue una Marilyn confundida, preguntándose si me habría vuelto loca. Lo que no sabía es que me estaba muriendo de la risa. Lo cierto era que, a Matías también le gustaba Marilyn. Aquel verano parecía presentarse con una previsión bastante pastelosa para mi gusto, pero me encantaba la idea de ejercer por unos días el puesto de Cupido.

Encontré a mi padre en el sofá, mirando el absurdo programa de todos los miércoles. Un Don Juan esperaba en la entrada de un parque a cinco chicas dispuestas a conquistarlo. Iban apareciendo por orden y él se quedaba con la que más le gustase.

-No entiendo cómo puedes ver estas cosas...

-Es lo único entretenido que hay. Los demás canales sólo echan telebasura.

-Cierto...mejor aburrirse, que entretenerse con cotilleos.

Me tumbé sobre mi cama con una hoja y un boli bic. Y comencé a escribir. No sé muy bien cómo, qué ni mucho menos por qué, pero era lo único que me relajaba. Me apetecía, simplemente. Al igual que otras muchas muchachas de mi edad podían poner todo su entusiasmo viendo los absurdos programas que veía mi padre u otros peores, o tal vez cotilleando sobre todo el mundo con sus mejores amigas, o quizás descargando por teléfono con su novio; yo prefería escribir. Todo lo que se me pasase por la mente. A veces, la ira me bloqueaba y tan sólo escribía frases incoherentes. Otras, como aquel día, la inspiración llegaba a mi mente y me hacía convertirme en una escritora perfecta, narrando historias inventadas de personajes no tan inventados. Para mí siempre todos tenían nombre y apellidos, disfrazándolos un poco. Exprimía mi cerebro. Afloraban mis neuronas. Y cada verso, cada letra, cada partícula diminuta de aquel fólio se convertía en una parte de mi alma que guardar. O en una hoja más que arrugar.
Antes de caerme rendida y quedarme dormida sin tan siquiera bajar a cenar pensé. Pensé en cómo había llegado a parar a Forx. Cómo había llegado aquel verano a Arizona, terreno de recuerdos. Cómo sería Eduardo. Qué hacía en el mismo lugar que yo. Por qué me perseguía en mi mente aún sin conocerlo. ¿Quién era en realidad? Y yo...¿quién era yo?


domingo, 23 de mayo de 2010

II. Eduardo.


Caí desde un balcón muy alto. Todo estaba oscuro. Sólo yo descendía en el vacío. Y cuando llegué al fondo, aterricé con una suave caída. Como si fuese una pluma. Pero todo en mi cabeza daba vueltas. De repente viajaba en mi coche, con unos...cuatro años. Una melodía en la radio relajaba mis oídos. Sonreía. Era feliz. Hacía calor, pero podía sentir la fresca brisa por la ventanilla de mi coche, como siempre. Horas más tarde estaba lloviendo. El ambiente era húmedo. Una sensación que jamás había sentido, ni imaginado, recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Una señora que nunca antes había visto me miró desde el asiento acompañante del conductor, sonriendo. Su mirada era tranquila y serena. Su sonrisa me aliviaba. Me inspiraba paz y armonía.


-Bienvenida Alice. Bienvenida a casa.

-Gracias por salvarme..."mamá".


La señora, a quien había llamado sin querer mamá, lloraba. Pero no lloraba con cara triste. Lloraba sonriente. A pesar de sus lágrimas deslizándose por la cara, seguía sonriendo. Lloraba de felicidad. Era como un ángel.


Pero después volví a verme en aquel agujero. Casi entre rejas. Una voz me susurraba al oído: "Si desvelas el secreto, morirá..." Yo gritaba que no, que jamás moriría. Avanzaba, miraba a mi alrededor, todo daba vueltas. Sentía miedo. Temblaba. Lloraba de pánico. No sabía por qué, pero de repente me encontraba dando vueltas a un círculo que parecía no tener fin. Daba vueltas alrededor de mí misma. La misma voz, una vez más, me golpeaba en los oídos y rompía en mil pedazos mis tímpanos: "Si desvelas el secreto..."


-¡Alice!

-¡No! ¡No morirá!-grité sobresaltada.

-¿Quién no morirá, hija?-preguntó mi padre a los pies de mi cama. -Ya ha pasado. Ha sido una pesadilla. Ya ha terminado...


Mi respiración aún era entrecortada. Mi padre se había despertado porque al parecer, llevaba un buen rato gritando.


-Creo que debemos regresar a Forks. No ha sido buena idea venir aquí este año sin tu madre.

-¡No...! No, papá...todo está bien. Ha sido una pesadilla y ya está. No importa...

-¿Estás segura? No hay ningún problema en volver...No me importa, puedo regresar aquí yo solo...

-Estoy segura papá.


En realidad no lo estaba. Hacía mucho tiempo que esa pesadilla no me visitaba. Los primeros días que pasé en mi casa de Forks de pequeña, cuando mis padres me adoptaron, aparecía todas las noches. Siempre me despertaba con esa misma pregunta: "¿Quién no morirá, hija?". Y eso mismo me preguntaba yo. Mis padres llegaron a preocuparse tanto que consultaron a todos los médicos y psicólogos. Nada ni nadie parecía solucionar aquellos continuos sueños terroríficos, repetitivos, en los que la voz me repetía una y otra vez lo mismo, hasta que un día, sin saber cómo ni por qué, desaparecieron. Y no volvieron nunca más. Sólo entonces, la voz volvió a aparecerse en mi cabeza de nuevo, con más fuerza que nunca.


Después de eso, no volví a pegar ojo en toda la noche, a pesar de que me hice la dormida cuando mi padre abandonó por fin mi habitación, tras preguntarme unas diez veces si estaba bien.



Preparé mi desayuno con pesadumbre y unas ojeras que llegaban a hundirse en el tazón de leche. Mi padre me observaba inquieto desde el sofá.


-¿Has dormido bien después de...?

-Sí.-mentí.

-No...-adivinó.


Cada galleta se deshacía en el tazón de leche antes de que pudiese llegar a comérmela. Mis ojos se cerraban. Tenía sueño, pero a la vez tenía miedo a soñar, el mismo que tuve una vez, y que creí que jamás volvería a tener.


A las 3 y media de la tarde, hora de reunión habitual en el parque, Marilyn apareció en la puerta de mi casa sonriente, como siempre. Bajé corriendo al primer toque de timbre y adivinó la evidencia más clara y exacta que llevaba dibujada en mi cara aquel día.


-¿No has pegado ojo, eh?

-La verdad es que no. Suelo dormir bastante mal la primera noche que paso en Arizona. El calor...ya sabes. Todos los veranos me pasa lo mismo.-dije dirigiendo mi mirada hacia un muchacho que se acercaba por la acera.-¡Matías!

-¿Cómo está mi morena preferida?

-Idéntica al verano pasado. No ha pasado un solo día por ella, solo crece y crece y se hace más guapa. -bromeó Marilyn.


La tarde transcurrió como muchas otras, como todas las otras, como siempre. Entre pipas, risas y alguna cerveza. Mi lengua parecía convertirse en un músculo con sentido cada vez que Matías estaba presente. Era el único muchacho que me hacía reír.


-Tengo que presentarte a un nuevo amigo...

-Se llama Eduardo.-dijo Marilyn.-Tiene un año más que nosotros. Es moreno, alto, guapo...y ya sabes dónde vive.

-En Forks.-completé.-¿Y dónde está? ¿Dónde vive?

-Al lado del supermercado.-dijo Matías.

-Del supermercado...-dije saboreando en mi boca cada sílaba.


Marilyn palideció. Matías miró al suelo.


-¡No pasa nada!-improvisé.-Quiero conocerle.


No. No fuimos a su casa. Y realmente, a pesar de las ganas de conocer a ese muchacho, di gracias al cielo que no se les hubiese ocurrido ir. Realmente, no esperaba menos de ellos.


[...]

domingo, 16 de mayo de 2010

I. (Cont.) Recuerdos.



Llamé a Marilyn para quedar en un parque cercano a su casa. Marilyn era una chica callada, como yo. Y tampoco le gustaba estar rodeada de mucha gente, era más bien solitaria. Nos llevábamos muy bien desde pequeñas, ambas habíamos sufrido lo mismo al estar juntas en el orfanato de Arizona. Durante aquellos años, ella había sido mi mejor amiga, la chica con la que siempre jugar al escondite dejando a un lado las burlas que los demás niños nos hacían por estar sólo siempre nosotras dos, sin juntarnos con nadie más. Ahora sólo nos veíamos los veranos en los que mis padres y yo veníamos a Arizona, pero siempre la recibía con una sonrisa, un bonito recuerdo a su lado. Pese a todo, a veces nos costaba sacar un tema de conversación, ya que jamás se me había ocurrido preguntarle cosas que ella no me pudiese contar sin necesidad de una pregunta, y a ella, le pasaba lo mismo.


-¡Alice!-gritó al verme.

-¡Hola Marilyn!-le saludé sonriendo.-¿Has cambiado un poco, no?-le pregunté sorprendida al ver que había dejado de ser la pelirroja pecosa de todos los veranos.

-Sí...mi madre decía que me quedaría bien teñirme de morena, y está bien, ¿no crees?

-Estás muy guapa.-afirmé.-Cuéntame, ¿qué tal todo?,¿cómo fue este curso?,¿has aprobado todo?

-He dejado matemáticas...¡No las soporto! Es ver números y ponerme a temblar. Bueno, qué te voy a contar a tí...

-Sí, dímelo a mí...He aprobado por los pelos. -nos reímos. Caminamos un rato en silencio. Tampoco había mucho de qué hablar, y casi ya no recordaba cómo había acabado nuestra historia el verano pasado.

-¿Y los demás? ¿Ya han venido a veranear?-pregunté rompiendo el incómodo silencio. Además de Marilyn, todos los veranos nos juntábamos con otros chicos de nuestra edad. La mayoría, como yo, y a diferencia de Marilyn, sólo venían a Arizona en verano. Luego, no volvía a ver a ninguno más hasta el siguiente año.

-Jonathan vendrá pronto. Matías ya ha venido la semana pasada, ¡flipas cuanto ha cambiado! Está más mayor, y más cachas...Y de los demás, no sé nada...Hay un chico nuevo, que ha alquilado una casa y creo que también es de Forks. Creo que está dos o tres casas más allá de la tuya. ¿No le has visto?

-¿Has dicho de Forks? ¿Como yo? No le he visto...Bueno, la verdad, esta tarde tampoco ha dado para mucho...Pero, ¡tal vez lo conozca! ¿Sabes cómo se llama...?

-Matías lo sabe, ayer estuvieron hablando. ¡Parece simpático!



Pasamos la tarde juntas sin dejar de darle vueltas a mi cabeza: ¿Quién sería ese chico? Otros de mis inmensos defectos, era no tener un número muy elevado de amistades en Forks. Siempre había sido una niña tímida, solitaria. Nunca me gustó mucho relacionarme con la gente, o al menos, sí que me habría gustado si tuviese el valor para ser yo la que rompiese el hielo con los demás. Pero al igual que yo no lo hacía, ellos tampoco. Cosa que es comprensible, ya que desde que había llegado del orfanato, yo era la "poca cosa" del colegio. La chica de la que reírse constantemente. Simplemente porque algún día fui la nueva, la rara, y esa desgracia me persiguió durante todos mis días escolares. Sólo una niña aprendió a comprenderme y a ayudarme siempre que lo necesitaba. Se convirtió en mi alma gemela, al igual que un día también lo fue Marilyn. Resulta realmente extraño, pero, siempre había hallado un cierto parecido entre ellas, como si tuviesen algún tipo de familiaridad, aunque entre ellas no se conociesen.



De camino a casa me acribillaron los recuerdos en el orfanato. Los peores de mi infancia, aun teniendo a mi pelirroja de toda la vida para animarme todos los días, siempre extrañé el cariño de unos padres, el beso de buenas noches. Aunque fuese muy pequeña, y tal vez no llegara a comprenderlo en su totalidad, entendía que una parte de mí no estaba, que algún día se la había llevado el tiempo. Todos, incluso Marilyn, sabían lo poco que me gustaba hablar de ese tema, ni siquiera oírlo mencionar. El orfanato se encontraba a pocos metros de mi casa, de camino al supermercado, pero no había vuelto desde el día en que me liberaron de aquella cárcel, el día que me fui a vivir a Forx. Siempre que iba a hacer algún recado a mi padre, con vago entusiasmo daba la vuelta completa y me dirigía por el camino más largo antes de pasar por allí. El tan solo respirar el aire de su burbuja me producía náuseas, y nunca supe del todo por qué.



Mi padre estaba en el jardín. Me saludó con gran entusiasmo, y a la vez una sonrisa triste, que desdibujaba su cara últimamente.


-¿Quieres cenar ya?

-Aún no, tengo que acabar de ordenar mi habitación.

-Está bien. Cuando quieras cenar avísame para calentar la cena.

Procedía a dirigirme a mi habitación cuando la conciencia frenó en seco mis pies.

-Papá...

-¿Sí?

-Siento lo de antes...Me duele mucho que no hayáis sabido confiarme las cosas a su debido tiempo, pero entiendo que no queráis causarme dolor y...

-Está bien...no pasa nada. Lo importante es que lo entiendas, pero nada va a cambiar en cierto modo, ¿de acuerdo? A veces siento que no soy el padre que te mereces, que nada es como te mereces...

-Eres el mejor padre del mundo.


Afirmé y le sonreí. Él me devolvió la sonrisa y me indicó que siguiese. Creo que nunca le había visto tan feliz.

viernes, 7 de mayo de 2010

I. Recuerdos.

Alice creía en los sueños. Creía en los cuentos con final feliz. A sus 16 años aún creía en la inocencia, y sobre todo, en la ilusión. Alice era una niña persistente, responsable, feliz, un poco maniática. No había tenido un pasado perfecto, ni jamás tendría un futuro perfecto, la tristeza había sido marcada en su piel a fuego, en vano, sin alterar su alegre personalidad. Sin embargo, el mundo le había hecho perfeccionista, enamorada del mundo, de la felicidad. Alice creía en el amor, o al menos, según ella, algún día había creído en él.



Era verano. Y nunca mejor dicho, hacía un calor insoportable. El calor me ponía nerviosa; vivía en Forks, en la zona más fría de los Estados Unidos, no estaba acostumbrada al calor constante, aunque sabía perfectamente el suplicio que causaba cada verano llegar a Arizona. Abrí la ventanilla del coche que me llevaba de camino a mi casa de verano y una brisa de aire fresco alivió mi rostro rojo. Otro curso fuera, y todo un verano por delante para descansar. Suspiré y sonreí.

-¡Hogar, dulce hogar!-exclamó mi padre sonriéndome.

A diferencia del verano anterior, y el anterior, y de todos los veranos que había pasado en Arizona, en este, no estaba mamá. Sabía perfectamente que había problemas entre ellos dos, pero ninguno se animaba a confesármelo por temor a causarme daño. Lo que no sabían, era que yo ya lo tenía perfectamente asimilado, y que siempre había preferido verlos separados, antes que juntos chillándose el uno al otro.

Mi habitación parecía un horno, y además, olía a humedad. Nunca había soporté ese olor tan rancio. Abrí la ventana y dejé mis maletas al lado de la cama. Prefería que la tarde fuese avanzando y se hiciese un poco más fría, antes de volver a entrar en aquel habitáculo.

Era la hora de comer y el hambre y la debilidad se apoderaba de mi cuerpo. Un intenso olor a hamburguesa recorrió mis fosas nasales hasta satisfacer cada una de las neuronas de mi cabeza. Una vez sentados para comer, el tiempo transcurría lento, sin una palabra, ni un simple suspiro.

-¿Ya tenías ganas de venir, verdad? ¿Te hacía ilusión volver a Arizona, cierto?
-Claro...-mentí.
-¡Lo sabía! Tienes la misma inclinación que yo. Siempre me emociono al llegar aquí, a mi tierra, donde he crecido.-dijo casi llorando.-¿Hechas de menos a tu madre?
-Papá...hace unas horas que me despedí de ella. Lo lógico sería que le echase de menos conforme avancen un poco las semanas, ¿no crees...?
-Lo siento. A veces todo se me escapa de las manos. Tal vez últimamente notes la situación un poco extraña, o tensa, pero entiéndenos...
-Ya lo entiendo papá. Entiendo que no os soportéis el uno al otro. Entiendo que últimamente estéis distanciados, y entiendo que os vayáis a separar. Lo entiendo y lo sé todo. ¿Ni una palabra más acerca del tema, está bien? Quiero disfrutar de mis vacaciones.
-Me alegra que lo entiendas.-dijo con media sonrisa. Se levantó y se dirigió a la cocina.

Me arrepentí de haberle hablado de esa manera, pero no soportaba la idea de que me ocultasen las cosas como a una niña pequeña. Ya no tenía cinco años. Había crecido. Tal vez no era aún lo suficiente madura para algunas cosas, pero la realidad podía entenderla, y todo habría sido más fácil si me hubiesen hablado claro desde un principio.

Por la tarde, procedí a deshacer mis maletas. Casi había traído más recuerdos que ropa, aunque sólo me quedase por un mes. Sabía que terminaría extrañando Forks, como siempre, el frío, mis amigos del instituto...y este año, especialmente, a mamá. Todo había cambiado desde el momento en que me enteré que la realidad era distinta a como yo siempre había creído. Que no había crecido con la suerte de tener muchos niños a mi alrededor con los que jugar en un colegio distinto a los colegios normales, sino que había crecido con la desgracia del abandono de mis verdaderos padres. Afortunadamente, no era una persona influenciable, entendía las situaciones, pero no me dejaba llevar por ellas. Sí, sabía que me habían abandonado sin más, o tal vez por necesidad, nunca supe ni quise saber la verdadera razón de haber crecido en un orfanato, pero también sabía que dos personas me rescataron de un pozo sin salida, me habían cuidado y ayudado a crecer, y habían creado entre nosotros tres un vínculo tan fuerte, que nada ni nadie nunca podría derrumbarlo. Era un vínculo férreo. Yo me lo imaginaba como circular, sin ningún hueco entre los tres. Pero poco a poco se fue rompiendo, hasta quedar en línea recta, uniéndonos a "papá y a mí" por separado "de mamá y yo". Se deshizo desde el mismo momento en que me abrieron los ojos. A veces, me daba por pensar que todo había sido por mi culpa, pero finalmente llegaba a la conclusión de que no. Nunca había dicho ni hecho nada que pudiese haber roto vínculo tan fuerte. El destino lo había querido así. Y nadie ni nada ahora ya podía cambiarlo. Ni siquiera yo.