"El último tren al cielo"
(By: Princesa Loca)

viernes, 7 de mayo de 2010

I. Recuerdos.

Alice creía en los sueños. Creía en los cuentos con final feliz. A sus 16 años aún creía en la inocencia, y sobre todo, en la ilusión. Alice era una niña persistente, responsable, feliz, un poco maniática. No había tenido un pasado perfecto, ni jamás tendría un futuro perfecto, la tristeza había sido marcada en su piel a fuego, en vano, sin alterar su alegre personalidad. Sin embargo, el mundo le había hecho perfeccionista, enamorada del mundo, de la felicidad. Alice creía en el amor, o al menos, según ella, algún día había creído en él.



Era verano. Y nunca mejor dicho, hacía un calor insoportable. El calor me ponía nerviosa; vivía en Forks, en la zona más fría de los Estados Unidos, no estaba acostumbrada al calor constante, aunque sabía perfectamente el suplicio que causaba cada verano llegar a Arizona. Abrí la ventanilla del coche que me llevaba de camino a mi casa de verano y una brisa de aire fresco alivió mi rostro rojo. Otro curso fuera, y todo un verano por delante para descansar. Suspiré y sonreí.

-¡Hogar, dulce hogar!-exclamó mi padre sonriéndome.

A diferencia del verano anterior, y el anterior, y de todos los veranos que había pasado en Arizona, en este, no estaba mamá. Sabía perfectamente que había problemas entre ellos dos, pero ninguno se animaba a confesármelo por temor a causarme daño. Lo que no sabían, era que yo ya lo tenía perfectamente asimilado, y que siempre había preferido verlos separados, antes que juntos chillándose el uno al otro.

Mi habitación parecía un horno, y además, olía a humedad. Nunca había soporté ese olor tan rancio. Abrí la ventana y dejé mis maletas al lado de la cama. Prefería que la tarde fuese avanzando y se hiciese un poco más fría, antes de volver a entrar en aquel habitáculo.

Era la hora de comer y el hambre y la debilidad se apoderaba de mi cuerpo. Un intenso olor a hamburguesa recorrió mis fosas nasales hasta satisfacer cada una de las neuronas de mi cabeza. Una vez sentados para comer, el tiempo transcurría lento, sin una palabra, ni un simple suspiro.

-¿Ya tenías ganas de venir, verdad? ¿Te hacía ilusión volver a Arizona, cierto?
-Claro...-mentí.
-¡Lo sabía! Tienes la misma inclinación que yo. Siempre me emociono al llegar aquí, a mi tierra, donde he crecido.-dijo casi llorando.-¿Hechas de menos a tu madre?
-Papá...hace unas horas que me despedí de ella. Lo lógico sería que le echase de menos conforme avancen un poco las semanas, ¿no crees...?
-Lo siento. A veces todo se me escapa de las manos. Tal vez últimamente notes la situación un poco extraña, o tensa, pero entiéndenos...
-Ya lo entiendo papá. Entiendo que no os soportéis el uno al otro. Entiendo que últimamente estéis distanciados, y entiendo que os vayáis a separar. Lo entiendo y lo sé todo. ¿Ni una palabra más acerca del tema, está bien? Quiero disfrutar de mis vacaciones.
-Me alegra que lo entiendas.-dijo con media sonrisa. Se levantó y se dirigió a la cocina.

Me arrepentí de haberle hablado de esa manera, pero no soportaba la idea de que me ocultasen las cosas como a una niña pequeña. Ya no tenía cinco años. Había crecido. Tal vez no era aún lo suficiente madura para algunas cosas, pero la realidad podía entenderla, y todo habría sido más fácil si me hubiesen hablado claro desde un principio.

Por la tarde, procedí a deshacer mis maletas. Casi había traído más recuerdos que ropa, aunque sólo me quedase por un mes. Sabía que terminaría extrañando Forks, como siempre, el frío, mis amigos del instituto...y este año, especialmente, a mamá. Todo había cambiado desde el momento en que me enteré que la realidad era distinta a como yo siempre había creído. Que no había crecido con la suerte de tener muchos niños a mi alrededor con los que jugar en un colegio distinto a los colegios normales, sino que había crecido con la desgracia del abandono de mis verdaderos padres. Afortunadamente, no era una persona influenciable, entendía las situaciones, pero no me dejaba llevar por ellas. Sí, sabía que me habían abandonado sin más, o tal vez por necesidad, nunca supe ni quise saber la verdadera razón de haber crecido en un orfanato, pero también sabía que dos personas me rescataron de un pozo sin salida, me habían cuidado y ayudado a crecer, y habían creado entre nosotros tres un vínculo tan fuerte, que nada ni nadie nunca podría derrumbarlo. Era un vínculo férreo. Yo me lo imaginaba como circular, sin ningún hueco entre los tres. Pero poco a poco se fue rompiendo, hasta quedar en línea recta, uniéndonos a "papá y a mí" por separado "de mamá y yo". Se deshizo desde el mismo momento en que me abrieron los ojos. A veces, me daba por pensar que todo había sido por mi culpa, pero finalmente llegaba a la conclusión de que no. Nunca había dicho ni hecho nada que pudiese haber roto vínculo tan fuerte. El destino lo había querido así. Y nadie ni nada ahora ya podía cambiarlo. Ni siquiera yo.

1 comentario:

  1. OoO Me encanta cómo escribes!! De momento me ha gustado el comienzo. Pienso continuar leyéndola.

    Muchos besos!

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